Es curioso, pero aunque pasan años y años, aún nos queda muchísimo por descubrir de la música compuesta en España. Las tres obras que nos ocupan, cada cual a su manera, representan formas distintas de nacionalismo español. Baudot, por un lado, propone una visita a influencias alemanas, que poco a poco calaban y se adoptaban por compositores españoles, para entrar así en el discurso musical europeo. Granados, en esta pieza, prescinde del carácter popular de otras piezas para crear una épica española, mediante la reivindicación de un militar cuya hazaña debía ser contada también musicalmente. Chueca, por su parte, sí que acude a la búsqueda de esos sonidos más característicos de España para revalorizar lo popular y la mezcla de lenguajes, lejos de la idealización sonora francesa de nuestro país. España, que hasta el siglo XIX había tenido un rol marginal en la historia de la música europea, se estaba buscando a sí misma en un discurso que ya llevaba siglos construyéndose. Tenía que encontrar su sonido, sus valores musicales, sus temas y su forma de contar. Es un camino en el que aún estamos. 

En 1915, Gregorio Baudot, compositor madrileño afincado en Galicia, componía la Dolora Sinfónica, que ya nos anticipa su talante grave y oscuro, claramente influenciado por Richard Wagner. Comienza con una introducción introspectiva, de grandes planos sonoros que poco a pco desemboca, después de un solo de chelos, en una intrigante melodía en los violines a la que responden los vientos. ésta va poco a poco creciendo, intercalando pasajes de gran rotundidad, con marcados pasajes de los metales, por otros más amables y calmos. El material melódico es sencillo, que parece que abre un poquito y vuelve sobre sí mismo (escucha, por ejemplo, lo que sucede en 1:33 y cómo dulcifica uno de los temas principales en los solos de violín y flauta de 13:40).

 

 

Uno de los aspectos más relevantes de la obra es ver cómo va exprimiendo todas las posibilidades de ese material temático que expone desde el principio cambiando su carácter, contexto de aparición y color haciendo que pase por buena parte de las secciones de la orquesta. Intercala, asimismo, momentos muy ricos a nivel teatral, como en 6:30. Nos invita a adentrarnos, con él, a lo desconocido. El final, luminoso, concluye con el arpa, los violines en el registro agudo y un acorde, como de coral, del viento, diluye el carácter épico de la pieza en un cierre optimista. La cercanía a Wagner de nuevo es notable. Escuche, por ejemplo, el final del Vorspiel und Liebestod, en 19:15, en concreto.

 

 

Las “doloras”, por cierto, fueron fundamentalmente cultivadas por Ramón de Campoamor, que las consideraba como pequeños fragmentos poéticos donde se mezcla el sentimiento con la reflexión filosófica. Eso sí, mientras Campoamor se consideraba un antirromántico, Baudot con su Dolora es casi un tardoromántico, que deja por el camino el chascarrillo de las doloras de Campoamor… 

Torrijos, de Enrique Granados, es música incidental, es decir, compuesta para una representación teatral, de 1894. El texto de los números teatrales eran de Fernando Periquet, pero éstos no llegaron nunca a estrenarse. Ambas obras tratan sobre la gesta de José María Torrijos (1791-1831), que trató de dar un golpe de estado – sin éxito, y eso le da material para el drama a nuestros artistas- contra el régimen absolutista de Fernando VI. Componen la obra cinco escenas, bastante intensitas. La primera sirve para situar la escena previa al desembarco en Málaga de Torrijos y los sesenta hombres que consiguió juntar para el intento de golpe de Estado. Aparte del texto que canta el coro, la melodías ondulante de los bajos nos lleva al movimiento del agua. Se masca la tragedia. En la segunda escena, por fin, llegan a la costa. Una fanfarria, que se intercala con la cuerda, abre la obra. La marca intermedia poco tiene de marcha. El enérgico inicio pronto se convierte en un canto lastimoso: así se nos anticipa el desenlace, el fusilamiento de la mayor parte de los golpistas unos días después del frustrado intento. El cuarto movimiento, pese a su oscuro inicio, pronto se torna pastoral y más bien idílico, creando una atmósfera amable y desenfadada. El final trata de captar el dramatismo final. Pese a un comienzo inestable pero que no deja de ser prometedor, la música se convierte en una especie de homenaje a los asesinado, más solemne que violento. Si has ido al Museo del Prado, piensas ir, o volver a ir, y todo este asunto te ha interesado, no te pierdas el Fusilamiento de Torrijos, de Antonio Gisbert. #elmuseodelpradotambiénsuena

La defensa de Cádiz frente al ejército francés sirve de tema de fondo a un complejo triángulo amoroso de la zarzuela (también definida como “episodio nacional cómico-lírico”, ¡olé!) Cádiz (1812) de Chueca, que pese a su madrileño origen, se empapó con bastante éxito de la música andaluza, pues intercala con polcas, pasacalles y otra música popular español también sevillanas o un tango flamenco. Uno de los momentos fundamentales de Cádiz es es una Marcha de oda a la Constitución “La Pepa” (1812), que junta bastantes papeletas para haber podido ser himno de España. Asimismo, Chueca demuestra su conocimiento de la música anterior en “La tormenta”, pues utiliza elementos del barroco como algunos recursos desarrollados, siglos antes, por compositores como Marin Marais en su “Tempestad” de Alcyone (1706) -aunque Marais fue más literal utilizando máquinas del viento, modernísimas para la época-.