Christian Zacharias -en calidad de director invitado- nos propone, a través de la música, una reflexión sobre la actualidad política en Gran Bretaña y, por ende, de Europa. ¿Es la música un lenguaje universal? ¿Puede la música remover estructuras, creencias o posicionamientos políticos, religiosos, identitarios…? ¿Cómo afecta la música a nuestra relación con el mundo? ¿Puede la música decirnos algo sobre procesos como el Brexit? 

Son cuestiones tan, tan, tan complejas que aún están por resolver. Y están abiertas, con matices y contextualizadas, desde el mismo origen de la música occidental. Platón, por ejemplo, decía que la música podía modificar las leyes del Estado. Y no tanto porque se regulen los derechos de autor o el valor de una canción -que también-, sino porque la música, desde siempre, ha tenido un rol en el marco sociopolítico. De hecho, que la música exista como existe, es ya una decisión y posicionamiento políticos. 

Elgar abre el concierto con su conocidísima Serenata para cuerdas Op. 20, una obra de juventud que ha pasado al repertorio habitual. Elgar, considerado como uno de los compositores clave del mundo inglés, en realidad está muy influenciado por la música del continente. La reflexión que podemos extraer de estas adscripciones regionales de la música es lo complejo de trazar una geografía musical, es decir, establecer que una música suene “más” a un sitio que de otro. Pero, al menos desde el barroco, se llevan estableciendo diferencias en relación a la música y determinados orígenes. Por ejemplo, se atribuye al contexto alemán música más enrevesada, contrapuntística, primacía de la armonía… mientras que la italiana, por contra, le daba importancia a la melodía, la claridad de las frases y la forma, etc. Esto es más algo que les sirve a los musicólogos que real cuando vamos a las obras. 

¿De dónde es Les Illuminations, de Britten? Él era inglés, se inspiró en un poema francés, de Arthur Rimbaud, y acabó la obra en 1940 en Estados Unidos, exiliado por la Segunda Guerra Mundial. Lo que muestra, quizá, es que el que escribe no tiene nunca una patria concreta, sino cada vez la de aquellos que reciben su trabajo. ¿De dónde es las Variaciones de Beethoven, él tan austriaco en su tradición, que toma como material una canción patriótica británica, reapropiada por los estadounidenses como himno nacional en “My Country ‘Tis to Thee? Las Variaciones, además, expanden las posibilidades melódico-rítmicas del tema, como si fuese otro material cualquiera, haciendo que se desdibuje, cada vez más, el elemento hímnico reconocible? Y, por último, la Sinfonía n. 45 o “de los Adioses” la compuso Haydn, un Austriaco, en una estancia en el palacio de verano, que estaba en Hungría, de su patrón, el príncipe Nikolaus Esterházy. En el último movimiento, como protesta porque los músicos querían volver a su residencia de Eisenstadt (en Austria), pues la estancia en Hungría se había alargado más de lo prometido, iban abandonando paulatinamente el escenario hasta que solo quedan dos violines tocando en sordina. ¿Sirve esta sinfonía como despedida de una Europa que ya no volverá a ser la misma si el Brexit, finalmente, llega a efectuarse; o más bien este cruce de naciones -que atraviesa todo el programa- una forma de pensar nuestra identidad como un cruce siempre en creación?

Para pensar todo esto, haremos un viaje para pensar en común la relación entre música y política, de Beethoven a los Sex Pistols. Así, reflexionaremos en este cruce sobre las promesas incumplidas de Europa, y cómo la música ha ayudado a alimentarlas o, al menos, ha servido como banda sonora de la construcción de un sueño político que espera ser soñado -seriamente- aún. 

Marina Hervás