Muchos conocerán el Concierto para piano y orquesta nº 2 de Sergei Rachmaninov gracias a su  segundo movimiento, que es uno de los fragmentos más conocidos y queridos de todo el repertorio occidental, incluido prácticamente sin excepción en todos los recopilatorios de “Música para enamorar”, “100 adagios imprescindibles” y similares. Pero, más allá de esa suerte histórica de haberse incorporado rápidamente al canon, este concierto también hace historia pues supone a la vez el momento culmen y también el comienzo de la decadencia de los conciertos para piano románticos. En el siglo XIX, el piano se convirtió en el instrumento estrella. En todas las casas burguesas que aspirasen a ser consideradas como cultas había uno, y en todas las familias de bien uno o más promesas de la música. El piano, aparte de ser muy decorativo como mueble, permitía entretener a las visitas, mostrar status y, lo más importante a nivel musical, recoger en un solo instrumento una gran variedad de posibilidades sonoras, como si fuese una orquesta concentrada. Este concierto, de 1901, muestras las heridas de las promesas de la burguesía ascendente, que aún creyó que lo que se dibujaba en la música llegaría a ser verdad. Rachmaninov, que compuso este concierto después de una severa depresión tras el fracaso de su Sinfonía n. 1, acredita con su música la expresión individual dañada, pues el piano, como voz solista, trata de luchar durante todo el concierto por su hueco entre la orquesta. El primer movimiento comienza con el piano solo, como si la orquesta no se atreviera a entrar. Ah, pero cuando entra, elpiano calla como solista y se vuelve un acompañante de la melodía que llevan los violines, que luego retoma el piano. Enseguida la corta: es su momento. Introduce un tema, brevemente, más bien popular, que glosa con otro más lírico e interior. Ese cruce de caracteres marca todo el concierto, pero especialmente este movimiento. El segundo convierte a la orquesta en un gran grupo de cámara, algo ya buscado por otros compositores como Bartok en su Concierto para orquesta  o Schönberg en sus Gurrelieder.  El diálogo entre el piano y el viento madera, se convierte en una invitación al público de penetrar en una conversación secreta, que viene de muy lejos. De unos años antes, 1835, es “Il dolce suono” o “Aria de la locura”, de Lucia di Lammermoor, de Donizetti, donde explora la posibilidades expresivas entre la voz y la flauta. Ambos ejemplos, este movimiento como el aria, exponen de alguna forma, un interior dividido en varias voces. El tercer movimiento recupera el carácter afirmativo de la música popular rusa, con un tema inicial muy rítmico y rotundo. Su parte intermedia nos hace ver la cara oculta de ese tema juguetón inicial, que deviene frágil y desnudo. Que no nos engañe el aparentemente alegre final: quizá solo sea una forma de resistir. 

Después de sus películas sobre la historia de la Revolución rusa, Eisenstein se dedicó a construir gran épicas sobre temas rusos, como la de Iván El terrible. Para ello, quiso contar en lo musical con Sergei Prokofiev, considerado ya entonces un compositor de renombre. Así surgió Iván el terrible, en 1945, convertida en cantata algo después, que es el material del concierto que escucharemos en esta ocasión.

Iván IV, luego llamado El Terrible, fue hijo de Basilio II, que inició un proceso de expansión del imperio ruso. Los deseos de expansión de su padre fueron,quizá, la herencia fundamental que recibió Iván IV y, justamente ellos fueron los que motivaron el apodo del “terrible”, pues por mor de la expansión y el poder Iván IV aplicó medidas radicales contra el pueblo ruso y contra su propia familia, pues asesinó a su primogénito. Todo un pieza, vaya. Pero también buen material para épicas cinematográficas y musicales.


La unión entre ambos “Sergeis” nos sirve como excusa para hablar de las complejas relaciones entre cine y sonido, ya que muchas veces se comprende el cine como imagen en movimiento como sonido y no como un formato plenamente audiovisual en el que el sonido tiene un peso tan fundamental como la imagen. Esto se demuestra fácilmente si comprobamos el poco miedo que nos daría un thriller si no tuviese una banda sonora malrrollista.