Músicas escondidas

Con la llegada de vendaval romántico en el siglo XIX, la música coral, que había sido protagonista en el Renacimiento y, en gran medida, en el Barroco, pasó a un discreto segundo plano. La frontera del 1800, revolucionaria, individualista y apasionada, encontró en los conciertos virtuosísticos, la música sinfónica de gran tonelaje y la ópera, su manera más directa de expresarse. Y para las facetas más íntimas y delicadas, exploró, recogiendo el testigo sublime de los clásicos, el camino de la música de cámara (en especial, el cuarteto), o también -esta vez de la mano de Schubert- del lied.

Los coros quedaron así relegados entonces a aportar el mármol de los grandes oratorios y obras religiosas, o, todo lo más, a elevar el poderío sonoro y solemne de los clímax en la música para la escena.

Por esa razón resulta apasionante descubrir, en medio de esa maraña de opulencias sonora, los caminos secundarios transitados por la música coral a capella (o casi), algunos de ellos recorridos por los grandes: Mendelssohn, Brahms, Grieg, Sibelius, Bruckner… hasta llegar al siglo XX, cuando, inspirados por la misma rebeldía que atacara las formas clásicas, la tonalidad o la rítmica, los compositores de la era postindustrial recuperaron la música para coro como si de un diamante olvidado se tratara, y con un mimo casi maternal, regalaron a nuestros oídos un catálogo sublime de páginas dignas de atención. Pues bien, el concierto de esta noche trata de música escondida. De la música que reivindica el canto grupal como si de una sola voz se tratara.

Raúl Mallavibarrena