Venecia, Vivaldi, Música en Navidad

Sergio Pagán
Musicólogo y coordinador de programación de Radio Clásica-RNE

La música fluye en Venecia como el agua por sus canales. Desde tiempos remotos se halla inmersa en la vida cotidiana de la ciudad. Gabrieli, Monteverdi, Albinoni o Vivaldi. La imprenta musical de Petrucci. Los grandes ceremoniales ciudadanos. La voluptuosidad de la música para cori spezzati, coros enfrentados en las galerías de San Marcos. Música que ha corrido a raudales por la vida de esta singularísima ciudad regalándonos algunas de las más bellas páginas sonoras jamás escritas.

Si nos fijamos en la evolución de la música en Venecia podemos ver cómo el primer gran impulso lo obtuvo cuando los senadores de la República quisieron dar un aire europeo a su ciudad, por lo que buscaron músicos en el “granero” de maestros europeos del momento: Flandes. Así, desde su Brujas natal llegó para ocupar el puesto de maestro di capella de San Marcos, Adrian Willaert, con quien comenzó el despegue como potencia musical. Tras Willaert, resultó fundamental la aparición de los Gabrieli, que impulsaron la música en San Marcos y en todos los estamentos venecianos, exportando el estilo propio fuera de sus fronteras. Todo ello unido al gran desarrollo de las imprentas venecianas determinó que la Serenísima República se convirtiera en uno de los principales centros musicales de Europa. Finalmente, con la llegada a la ciudad de la desbordante personalidad de Claudio Monteverdi, Venecia alcanzó su cota máxima de desarrollo musical con el auge de la ópera y de los grandes fastos sufragados por el gobierno de la República que adornaban con música cada rincón y cada instante de la intensa vida ciudadana.

La muerte de Monteverdi en 1643, las consecuencias de la epidemia de peste que asoló la ciudad unos años antes y en la que murió gran parte de la población -entre otros muchos músicos-, así como el conflicto con los turcos que tuvo que solventar la República y que hizo mermar las arcas del estado y de los particulares, desembocó en una decadencia en todos los aspectos, a la que la vida musical no fue ajena. Muchos eventos musicales desaparecieron. San Marcos dejó de ser un lugar de referencia, entre otras cosas por la reducción de salarios, lo que hizo que pocos quisieran ocupar la plaza de maestro de capilla y que cerca de 25 músicos renunciaran a su puesto. En este momento de decadencia, sólo la ópera, sufragada por los propios espectadores, mantenía en pie la vida musical. Se construyeron más teatros y toda la música fue adoptando las maneras de las arias, arietas y piezas operísticas. Francesco Cavalli -quien había trabajado junto a Monteverdi- y poco después Vivaldi destacaron en este género.

La nueva manera de componer, la seconda prattica, se adaptó a las nuevas circunstancias desarrollándose sobre todo la cantata, las arias y otras formas de canciones estróficas. Fuera de Venecia surgieron maestros como Luigi Rossi o Giacomo Carissimi que compusieron cientos de cantatas, aunque apenas dieron un puñado de ellas a la imprenta. Sin embargo, en Venecia, entre 1644 y 1664, en esos 20 años, en una época en la que los músicos casi escaseaban y la imprenta, siempre tan potente, había reducido mucho su ritmo, hubo alguien que se dedicó con energía a la música y llegó a publicar en esos 20 años hasta ocho colecciones de madrigales, arias y cantatas. Todo un logro sacar tanta música a la luz, casi un libro cada dos años, teniendo en cuenta la crisis en la que estaba inmersa la República. Libros que si se imprimían era porque había claras expectativas de venta.

Quien consiguió realizar esta meritoria hazaña fue una mujer: Barbara Strozzi, cantante y prolífica compositora cuya música contribuyó al desarrollo de las nuevas formas de su tiempo y que alcanzó una muy elevada estima, a pesar de que el hecho de ser mujer y pretender adentrarse en un mundo -el de los compositores- marcadamente masculino, debió de resultarle muy complicado. Desde nuestra perspectiva actual, la Strozzi fue sin duda la mujer compositora más relevante de los tiempos antiguos

Barbara Strozzi abriría el camino a los músicos venecianos que la seguirían, como Antonio Caldara, Benedetto y Alessandro Marcello, Tomaso Albinoni y Antonio Vivaldi. Porque cuando se siembra, y se hace bien, tarde o temprano se cosechan grandes frutos. De manera que entre los venecianos, gracias al impulso que sus gobernantes y los particulares dieron a las artes, se sembró entre sus habitantes una capacidad para regenerarse y superar las dificultades dando nuevamente una abundante cosecha de artistas y de músicos. Desde los pintores Tiépolo, Guardi o Canaletto hasta los Cavalli, Caldara, Vivaldi o Albinoni, sin olvidar a Goldoni, en el mundo de las letras. Todo un resurgir de las artes y de la música.

Pero la música en Venecia en este tiempo, no solo se nutría de los grandes compositores, músicos profesionales que vivían de sus obras. Muchos ciudadanos que había adquirido el gusto por las artes y en especial por la música, se dedicaron de un modo aficionado o diletante, no sólo a la práctica de la música sino también a su composición. Diletante, es decir, no profesional en el terreno de la música, era considerado Tomasso Albinoni. También Benedetto Marcello, como su hermano Alessandro Marcello, fueron nobili diletantti, aristócratas venecianos que gustaban de componer y hacer música.

Sin embargo, frente a todos ellos, la figura más destacada sin duda de entre los compositores venecianos del Barroco fue Antonio Vivaldi.

Antonio Lucio Vivaldi vino al mundo durante el terremoto que sacudió Venecia el 4 de marzo de 1678. Hijo del violinista de San Marcos Giambattista Vivaldi, llamado Il rosso por su condición de pelirrojo y de Camilla Calicchio, sintió desde muy joven una predilección especial hacia la música. Su padre le enseñó desde edad temprana la técnica del violín.  Sin embargo, su futuro estaba encaminado a tomar los hábitos. De hecho, en 1703, Antonio, con 25 años de edad fue ordenado sacerdote. Sin embargo, a causa de su constitución débil y enfermiza, strettezza di peto, se denominó su mal, una especie de angina de pecho o asma permanente, se le permitió que se le excusase de decir misa, ya que en varias ocasiones había tenido que abandonar el altar mientras oficiaba. De este modo, Il prette rosso el cura rojo, como se le llamaba por ser pelirrojo, pudo dedicarse con mayor entrega a la música. Y su primer trabajo, seis meses después de ordenarse, fue el de “maestro de violín” en el Ospedale della Pietà, un orfanato para niñas costeado por la República, donde además de acoger a estas jóvenes, que a menudo eran hijas ilegítimas de próceres, eclesiásticos y nobles ciudadanos, se les daba una formación para que pudieran servirse de sus propios medios una vez que salieran del Ospedale. Normalmente obtenían matrimonio, pero a veces no y permanecían recluidas casi toda su vida. Pues bien, la formación allí impartida a estas jóvenes era la música. Se contrataban a grandes maestros como Gasparini o Vivaldi para formarlas en varias materias, como el canto o muy diversos instrumentos, y conformaban una orquesta que atraía la atención de todos los ciudadanos y también de los visitantes de la ciudad. La fama que alcanzó Vivaldi con sus conciertos para sus jóvenes pupilas pronto se extendió por la ciudad y su música comenzó a publicarse en las imprentas venecianas y a difundirse también de forma manuscrita. Las pupilas de la institución fueron las dedicatarias de muchas de sus obras para instrumentos solistas. La fama de estos conciertos celebrados en el Ospedale dela Pietà, por aquella orquesta de magníficas señoritas que se convertirían en excelentes intérpretes, recorrió Europa. Un viajero inglés relataba lo siguiente: “Quienes deseaban escoger una esposa que no conociera el mundo, acudía a esos lugares a buscarlas…Cada domingo y día festivo había un concierto de música vocal e instrumental en las capillas de esos Ospedali, interpretada por jóvenes acogidas que se colocaban en la galería de arriba y aunque no profesaban, permanecían ocultas a cualquier mirada por una reja de hierro forjado. Las partes de órgano al igual que las de otros instrumentos eran interpretadas por las jóvenes que permanecían escondidas de la vista”.

Vivaldi no sólo compuso conciertos y obras instrumentales para esta institución. Cuando Francesco Gasparini, que era el maestro de coro, se retiró, Vivaldi tuvo opción de componer música religiosa y música vocal para ser interpretada en la iglesia del Ospedale. Así nació su oratorio Juditah triunfans cuyo título completo es Juditah triunfans devicta Holofernes barbarie  (El triunfo de Judith sobre la barbarie de Holofernes), un oratorio con tintes políticos y bélicos – el subtitulo es “sacrum militare oratorio”- en el que Judith representa a Venecia y a la civilización occidental mientras que Holofernes simboliza al imperio otomano, al gran turco, sobre el que Venecia, en el año del estreno, 1716, había obtenido una victoria definitiva sellada con la paz de Passarowittz. Este hecho conmemorativo de la victoria sobre el turco dio mucha popularidad a la obra, al margen de su innegable calidad. Todos los personajes son representados por mujeres –las pupilas de Vivaldi- y hay una extraordinaria variedad tímbrica, de recursos y de efectos sorprendentes para crear atmósferas que debieron causar estupor entre los oyentes. Este triunfo militar de Venecia sobre el turco, pudo ser también el origen de una misa solemne en la que estaría incluido el Gloria Rv 589 que hoy se escuchará, como apunta Rinaldo Alessandrini.

Vivaldi tenía obligación de entregar las partituras de sus obras en el Ospedale, pero podían ser copias, por lo que los originales eran conservados por el compositor en su propia casa. El descubrimiento de este Gloria, junto con otras casi 400 partituras inéditas de Vivaldi, en los primeros años del siglo XX es una historia que merece la pena abordar.

Una gran cantidad de partituras de conciertos, cantatas, obras sacras, serenatas y alguna ópera de Vivaldi fueron heredadas por sus hermanos a la muerte de éste. Este legado fue vendido en 1745 al senador veneciano y bibliófilo coleccionista, que poseía una biblioteca con más de 4000 volúmenes Jacopo Sorazzo. Unas décadas más tarde el conde Giacomo Durazzo, genovés, con un importante puesto en la corte de Viena, y vinculado a la música y a la ópera, con contactos con Gluck y Mozart, adquirió el legado de casi 400 obras vivaldianas. Éste, fue pasando de generación en generación en la familia Durazzo hasta que a finales de siglo XIX, dos hermanos se dividieron la colección. La heredera de uno de ellos, la marquesa de Durazzo, donó su parte al Colegio San Carlo de San Martino, cerca de Génova y no lejos de Turín. En 1926, con objeto de obtener dinero para unas reformas, el rector, puso en venta el legado musical y para asesorarse sobre su contenido pidió la colaboración de la Biblioteca Nacional de Turín. Ésta envió al compositor y estudioso Alberto Gentili para que lo examinase, y cuál sería su asombro cuando comprobó que allí se hallaba un ingente número de obras de Vivaldi. Pero como la biblioteca no tenía recursos económicos para adquirir la colección, Gentili buscó un mecenas y lo halló en el corredor de bolsa turinés Roberto Foa, quien realizó el pago y lo donó a la Biblioteca Nacional de su ciudad natal, pero con la condición de que el legado llevase el nombre de su hijo prematuramente fallecido, Mauro, y así es como es conocido hoy, como el legado Mauro Foa.

Gentili se dio cuenta rápidamente de que lo que tenía en sus manos era la mitad de un legado, pues sólo estaban los números pares de una parte del legado. Así que, tras localizar – con el concurso de la policía- a los herederos de los Durazzo, dio con el marqués Giuseppe María Durazzo, un anciano extravagante que poseía una inmensa y caótica biblioteca a la que jamás dejaba entrar a nadie por miedo a que le robasen. Pero tras consultarlo con su confesor, el jesuita Antonio Oldra, el anciano marqués accedió a abrir su biblioteca y allí Gentili, tal y como había sospechado encontró la otra parte del legado vivaldiano. Pero una vez más la Biblioteca de Turín era incapaz de asumir el coste de su compra. Y aquí entró en escena un nuevo mecenas: el industrial textil turinés Filippo Giordano, quien casualmente también había perdido un hijo de corta edad recientemente. Por ello igualmente que Foa puso la condición de que esa parte del legado llevase el nombre de su hijo, Renzo Giordano. Y así quedaron reunidos ambos legados con un total de 400 obras desconocidas de Vivaldi. En 1939, Alfredo Cassella organizó en Siena la “Semana vivaldiana” estrenándose entonces algunas de las obras recientemente recuperadas. Y entre las obras atesoradas en este legado de Manuscritos de Turín, legado Foa y Giordano, un hallazgo que la fortuna y el tesón de los estudiosos consiguió dar a la luz, se encuentran algunas de las más admiradas composiciones de Vivaldi. Como el Gloria en re mayor para solistas, coro y orquesta Rv 589 que hoy nos ocupa.

Este Gloria en re mayor Rv 589 fue concebido por Vivaldi como una obra cerrada y articulada en doce movimientos. El primero, Gloria in excelsis Deo, y los dos finales Quoniam tu solus sanctus y la fuga final Cum Sancto Spiritu tienen un carácter grandioso con la presencia de trompeta y oboe y con la orquesta junto al coro en su máxima expresión. Los otros movimientos se suceden contrastando entre tempos y tonalidades a la vez que van jugando con la presencia de diferentes voces solistas, dúos y coro. Una excepción es el movimiento central, el corazón de la composición, Domine Deus, en tempo Largo, lento, con ritmo de siciliana. Un movimiento encomendado al oboe y la soprano que conforman un dúo de gran expresividad. La obra concluye con una grandiosa fuga del coro y la orquesta en la tonalidad inicial de Re Mayor, tonalidad que simboliza la realeza, la majestad, representativa de la gloria divina.

La música de Vivaldi fue muy apreciada por Johann Sebastian Bach quien transcribió una docena de los conciertos del maestro veneciano para clave, órgano y como concierto para cuatro claves, cuerda y continuo. Una página del genio de Eisenach se escuchará también en la segunda parte de este concierto. Se trata de un coral del Oratorio de Navidad, obra en forma de 6 cantatas concebidas por Bach en Leipzig para ser interpretadas en seis días consecutivos en las navidades de 1734. Junto a Bach, encontraremos a Haendel, el gigante alemán nacido el mismo año que Bach, 1685, y cuyo oratorio El Mesías HWV 56 se ha convertido en una de las obras más interpretadas en la Navidad. Y qué mejor final para un concierto de estas características que entonar el conocidísimo ¡Halleluja!. Otro de los grandes compositores presentes en este concierto es el maestro estonio nacido en 1935 Arvo Pärt, cuya producción explora nuevas texturas y armonías entroncadas con la música del pasado. Así nace Da pacem Domine creada como un motete renacentista tomando como cantus firmus la melodía gregoriana de esta antífona del siglo IX. Pärt compuso esta obra en 2004 por encargo de Jordi Savall quien organizó un proyecto con músicas del mundo y de toda época en torno a la paz y como respuesta a los atentados de Madrid del 11 de marzo de ese año. También se inspiran en antífonas medievales para el Adviento y la Navidad las piezas arregladas por el compositor y director de coro sueco Jan Ake Hillerud, Veni, veni Emmanuel y Psallite! y Verbum caro. A la tradición popular francesa, gallega y aragonesa corresponden respectivamente los villancicos Les anges dans nos campagnes, Falade ben baixo y Tan, tan, ya vienen los reyes, que escucharemos en arreglos del valenciano galardonado con el Premio Nacional de Música de la Generalitat de Cataluña, Manuel Oltra, el barcelonés Ernest Cervera y del compositor y director francés César Geoffray uno de los grandes impulsores del resurgir coral en Francia y en toda Europa.

Un concierto de amplio recorrido que nos llevará desde el Barroco y la Edad Media hasta los siglos XX y XXI por medio de las músicas concebidas para adorno de la Navidad.