Suenan las flores

Clara Sánchez
Divulgadora y presentadora de Radio Clásica (RNE)

Bajo el título Obras en alabanza de la Virgen María y la belleza de las flores, el tercer concierto del Ciclo de Polifonía de la ORCAM nos propone un amplio recorrido musical que se inicia en el Renacimiento con el Ave María a 4 de Tomás Luis de Victoria. En este periodo histórico las flores fueron utilizadas en el arte, y más concretamente en la pintura, para transmitir un profundo simbolismo filosófico y cristiano y como guía para iluminar los misterios divinos. Así, el lirio blanco se usó a menudo como emblema de la Virgen María, representando su pureza y resplandor. Además, las rosas fueron las flores utilizadas para decorar la corona de María, de ahí que al conjunto de rezos en honor a la Virgen y Jesús se le llame rosario, del latín rosarium. Del Renacimiento pasamos directamente al s. XIX con el motete de Anton Bruckner sobre la misma oración que el de Victoria; esta obra fue escrita por el austriaco en Linz, en 1861, siendo el segundo de sus tres trabajos sobre este texto. En esta página, Bruckner conjuga la expresión de sus devotas creencias católicas y su conocimiento de la música del Renacimiento con su sensibilidad romántica. Con el tercer Ave María que escucharemos en este concierto avanzamos al siglo XX, de la mano de Stravinsky, que comenzó a conectarse con el sentimiento religioso en París, cuando era estudiante de Nadia Boulanger, quien alabó su Ave María compuesto en la capital francesa en 1934.  En esa versión inicial de la obra el compositor ruso utiliza textos en eslavo, pero 15 años más tarde la revisó, junto a otras dos piezas litúrgicas compuestas en el mismo periodo, y las publicó como un conjunto utilizando el texto en latín. Concluye el primer bloque del concierto, de carácter íntimamente religioso, con uno de los Magnificat de Palestrina, y es que el compositor italiano renacentista utilizó este pasaje bíblico pronunciado por María como síntesis de su ideario en no menos de treinta y cinco ocasiones.

A finales del siglo XIX el simbolismo de las flores en el arte cambia radicalmente; muchos pintores impresionistas y postimpresionistas pintan flores personalmente significativas para ellos, en contraposición a su simbolismo cultural o religioso. Van Gogh, por ejemplo, tomó el girasol como su firma artística personal, y Henri Matisse, que incluía plantas con regularidad en sus obras, es ampliamente citado por su frase “siempre hay flores para aquellos que quieran verlas”. Chaikovski también incluye flores en su obra pianística Las estaciones, concretamente elige la campanilla de las nieves, una flor cuyos primeros brotes emergen de la tierra en invierno, cuando aún la cubre la nieve, y por esta razón simbolizan la esperanza, el despertar y la anticipación de la primavera. Y es que la esperanza y la belleza son dos conceptos que han estado ligados a las flores en distintas épocas y ámbitos, desde la esperanza en que un matrimonio sea feliz representadas en el ramo de la novia, hasta el deseo de otra vida tras la terrenal, pasando por sus muchos y variados significados artísticos. En la edición rusa de Las estaciones de Chaikovski el editor Nikolay Bernard eligió el siguiente texto de Apollon Maykov para acompañar el fragmento: “La azul y pura campanilla de las nieves, y cerca de ella, los últimos copos de nieve. Las últimas lágrimas por los dolores pasados, y los primeros sueños sobre otra felicidad”. Este fragmento muestra el gusto de Chaikovski por la danza, especialmente por el ritmo de vals, evidenciado en el acompañamiento. Ya en su época de estudiante, el compositor ruso se impregnó de los ritmos, figuras y pasos que le llevarán a componer sus tres famosos ballets. El Vals de las flores, uno de los números más conocidos de El cascanueces, llega en el punto álgido del segundo acto del ballet, cuando sus protagonistas aún sueñan con el reino de los dulces. Las flores son aquí una clara representación de la fantasía y lo surrealista. 

Belleza, esperanza y fantasía no son los únicos conceptos ampliamente relacionados, tanto en la religión como en el arte, con las flores; hay otra simbología recurrente a la hora de acudir a las flores que se hace muy evidente con la siguiente obra incluida en el programa: la representación de lo efímero. Tras las piezas pianísticas de Chaikovski, regresamos al mundo lírico, con To Daffodils (Al narciso), que es la primera de las Cinco canciones de flores, Op. 47 de Benjamín Britten. El compositor inglés escribió este ciclo en la primavera de 1950 como un regalo para las bodas de plata de sus amigos, el agrónomo Leonard Elmhirst y su esposa Dorothy, una filántropa destacada, especialmente por su apoyo a la educación y los derechos de la mujer. La finca del matrimonio en Dartington Hall, en la zona rural de Devon, incluía un gran jardín que cuidaban con devoción. Britten elige para abrir el ciclo un texto de Robert Herrick en el que compara la fugacidad de la belleza del narciso con la de la juventud y la de la propia vida. El ciclo de canciones fue estrenado por la directora Imogen Holst, hija del compositor Gustav Holst, en el jardín de los Elmhirst. Cabe destacar la maestría de Britten al destacar palabras clave del texto a la vez que las cuatro voces se superponen y entretejen una elaborada polifonía. Alabo la flor tierna es uno de los siete poemas de Robert Bridges a los que el compositor británico Gerald Finzi puso música entre 1934 y 1937. En este caso el texto compara la belleza de una rosa con la de la amada inalcanzable. La música de Finzi mira hacia la tradición, lo que hizo que su obra pareciese pasada de moda incluso en el transcurso de su vida, pero lo cierto es que el músico imprime su sello personal y su experta mano en la composición lírica al encajar perfectamente palabra y música.

Dentro de este programa en el que predominan la música y los textos ingleses, nos encontramos con la segunda referencia a nuestro país (con la primera se abre el concierto) en el texto que utiliza Eric Whitacre para With a lily in your hand, que es una traducción al inglés de Jerome Rothenberg del poema Con un lirio en la mano te dejo de Federico García Lorca. El escritor español dedicó a las flores y los jardines una parte muy significativa de su obra; bien conocida es su afirmación “Todo libro es un jardín. ¡Dichoso el que lo sabe plantar y bienaventurado el que corta sus rosas para pasto de su alma!” en Impresiones y paisajes. La faceta compositiva del estadounidense Whitacre floreció precisamente a partir de ésta y otras composiciones florales que realizó para el primer coro al que perteneció en su época de estudiante y donde descubrió su fascinación por la música coral. 

Entre el lirio y las rosas, está el romero. En 1882, Edward Elgar anotó en su cuaderno musical una pieza para piano a la que tituló Douce Pensee (Dulce pensamiento). Allí permaneció la semilla hasta 1913, cuando la regó para hacer florecer la obra. En su nueva configuración, similar a la primera, la llamó Rosemary – That’s for Remembrance

(Romero – Esto es para el recuerdo). El título proviene del trágico personaje de Ofelia en el Hamlet de Shakespeare. Y es que el dramaturgo inglés se basó en el conocimiento de las flores por parte del público para retratar mensajes en la obra que pudiesen contener significados ocultos o ironía dramática y que le sirviesen para transmitir distintas emociones. Ofelia está directamente relacionada con las flores a lo largo de toda la obra, pero de manera más significativa en el cuarto acto; entonces, sumida en la desesperación, le entrega a su hermano, Laertes, una rama de romero. Las hojas de una planta de romero, incluso después de recogerse, mantienen su aroma durante un largo tiempo y por eso, la planta era un emblema de la memoria y, a veces, se entregaba como una manera de expresar sin palabras “recuérdame”. De ese simbolismo surge esa frase de Ofelia en la que aclara el propósito de la planta que le está entregando a su hermano: “Hay romero, esto es para el recuerdo; reza, amor, recuerda”. Ofelia ha sido representada en numerosas ocasiones por distintos artistas, pero la pintura de John Everett Millais es su imagen más famosa. Prometida del atormentado Hamlet, príncipe de Dinamarca, Ofelia pierde la razón cuando su amado mata a su padre, Polonio. Algunas escenas después, la joven, profundamente afligida, pasea junto a un lago recogiendo flores y, al subirse a una rama, ésta se quiebra y la muchacha cae al agua ahogándose. Y es en ese trágico fin cuando la representa Millais en 1852, realizando una descripción detallada de la vegetación y las plantas a orillas del río en el que yace la joven y mostrando todas las flores con precisión botánica siguiendo el texto palabra por palabra. Y es que cada planta está codificada con un significado definido: los ranúnculos significan ingratitud, un sauce llorón, inclinado sobre la joven, es un signo de amor rechazado, una ortiga representa el dolor, las margaritas alrededor de su mano derecha simbolizan la inocencia y, finalmente, las rosas simbolizan su belleza.

To a Wild Rose, es una de las composiciones más conocidas del estadounidense Edward MacDowell. Forma parte de sus Woodland Sketches para piano finalizados en 1896. Alan Levy, crítico y biógrafo, escribe lo siguiente sobre el origen de la pieza: “Marian recordó cómo su esposo escribía regularmente algunos compases durante el desayuno a modo de ejercicio antes de irse a trabajar. Normalmente, MacDowell descartaba esos fragmentos, y aquella mañana en particular arrugó el papel y lo arrojó a la chimenea. Sin embargo, falló el objetivo y, en lugar de tirarlo, Marian lo recogió y le echó un vistazo. Lo tocó en el piano y decidió quedárselo. Cuando Edward regresó a la casa, ella se lo mostró y dijo: Esta pequeña melodía es encantadora. Edward la miró de nuevo y estuvo de acuerdo: No está mal, es muy simple. Me hace pensar en las rosas silvestres que crecen cerca de nuestra cabaña”. Y es que el amor del compositor por las rosas fue tan grande que fue enterrado bajo una roca, alrededor de la cual crecieron muchas de esas plantas. Casi un siglo más tarde desde que McDowell asociase su melodía a las rosas silvestres, en 1985, el compositor inglés Peter Dickinson realizo un ragtime también para piano a partir de la obra de MacDowell que será la siguiente pieza que escucharemos en este programa. 

No hay rosa de tal virtud, como la Rosa que llevó (en su seno) a Jesús”. Sobre este texto anónimo inglés de origen medieval se han compuesto numerosas versiones (una de las más populares la realizada por Sting). En primer lugar, escucharemos la primera configuración musical conocida (aunque de autor desconocido) del siglo XIV y, seguidamente, la compuesta por John Joubert, músico nacido en 1927 en Ciudad del Cabo, que desarrolló su carrera musical en Inglaterra hasta su fallecimiento en 2019. Sus obras corales se encuentran entre las más conocidas de su repertorio y, concretamente, el villancico There is no rose, Op. 14, escrito en 1954, sigue estando entre sus composiciones interpretadas con más frecuencia, siendo un clásico del repertorio navideño moderno.

El programa continúa con una de las piezas recogidas en los manuscritos de William Ballet, en el que se muestran músicas populares en la época de Isabel I de Inglaterra (1533-1603). Este volumen comprende dos manuscritos no relacionados que datan de finales del siglo XVI o principios del XVII. El primero incluye piezas de danza, algunas para laúd y otras para viola, de destacados compositores de la época. El segundo manuscrito conserva baladas populares y melodías de baladas de finales del período isabelino, algunas de las cuales son nombradas en obras de Shakespeare. Entre las piezas recogidas en estos volúmenes, las más conocidas son Greensleeves y la canción de cuna Sweet was the song the Virgin sang que escucharemos en la configuración realizada en el año 2003 por el inglés Thomas Hyde. 

Regresamos a la temática floral más explícita con el villancico Of a rose (sobre texto anónimo del s. XIV) de Cecilia MacDowall, compositora que, por cierto, estrenará en la próxima Nochebuena su propia configuración para There is no rose. Finaliza este recorrido con el Magnificat secondi toni a 8 voces del italiano Felice Anerio, quien desarrolló su carrera a finales del Renacimiento y principios del Barroco siguiendo el estilo de Palestrina.

 

Suenan las flores con todos sus significados, tal y como escribió Rubén Darío en Rosas y lirios:

Para las angustias, para las tristezas,

cuando nieva el tiempo sobre las cabezas

y llueven congojas,

ese es el instante de las rosas rojas.

Para los momentos que traen ilusiones

y dan azucenas a los corazones,

y dulces delirios, blancos, blancos lirios.