El martes 23, la Orquesta de la Comunidad de Madrid se enfrentaba a un programa con dos novedades. Una de ellas lo era más o menos para todos, el estreno español del considerado Concierto número tres de Mendelssohn, una reconstrucción debida al entusiasmo de Riccardo Chailly y el pianista Roberto Prosseda, que brilló en esta bella página, que no es de las menores de Mendelssohn, por mucho que no sea por completo Mendelssohn. Prosseda defendió esta obra tan "suya" con gran musicalidad, sentido de la frase, sabiduría de los tempi tanto si eran contrastados como si se motivaban, y esa capacidad de motivar tema, tempo y frase es una de las cualidades de este excelente pianista, junto con el dominio de las dinámicas hacia el pianissimo. Y tuvo tanto éxito que se vio obligado a un bis, el consabido Rondó de Mendelssohn.

La otra novedad era para la orquesta, porque salvo una única incursión hace tiempo, el conjunto no se había enfrentado a Bruckner hasta ahora. Era lógico que con un director tan bruckneriano como Víctor Pablo Pérez la orquesta se viera felizmente obligada a presentar una sinfonía de Bruckner. Se ha optado por la Tercera (edición Novák), y no por la Cuarta, que es por la que empiezan los aficionados (y no necesariamente los conjuntos sinfónicos), con un sistema de ensayos que no se ha salido de lo habitual. El trabajo ha debido de ser concienzudo, a juzgar por los resultados. Desde el amplio, enorme, ambicioso Moderato, con esa capacidad de desarrollo y con la repetición con matices tan propia (ya aquí) del sinfonismo de Bruckner, Víctor Pablo y la orquesta desarrollaron un manantial de sonido de gran claridad dentro de la complejidad, un color muy nítido y nada "chillón"; el Moderato es una sinfonía en sí mismo, y el amplio aliento de su discurso obliga a mucho.

Era buena señal que la orquesta, baqueana en tantos repertorios pero novicia en éste, salvara con sonido impoluto (se demuestra una vez más lo nítido de Bruckner sobre una supuesta bruma debido a superposición de colores y supuestas extrañezas armónicas) este verdadero gigante, esos gigantes que transitaban por el alma o la cabeza del humilde profesor de Viena, blanco del feroz Hanslick precisamente desde esta Tercera sinfonía, por habérsela dedicado a Wagner (lo que creó confusiones que ni aun hoy se han diluido del todo). Ese era el primer toro, y el más peligroso, del maestro-diestro y de la orquesta, que salían bien (muy bien) de la lidia por lo ya dicho y por lo que se podría decir. Por ejemplo, que el episodio misterioso tuvo, aparte de su mayor o menor misterio, el encanto lírico que anunciaba el Adagio siguiente.

Al Moderato de comienzo le corresponde el Allegro final, por su amplitud, por su ambición, porque el aliento sinfónico está más en ellos que en los movimientos centrales que, como veremos, tienen su importancia. Se resolvió como si aquello fuera un rondó, y algo de rondó tiene por la repetición de un tema, que en cualquier caso no es refrán; lo brillante y lo diáfano se daban de nuevo la mano pese a lo complejo de la trama.  Si este movimiento señala al futuro del propio Bruckner, es probable que el enfoque de Víctor Pablo señale algún concreto futuro de la orquesta misma. Por otra parte, el maestro no se tomó el movimiento lento y el Scherzo como un descanso entre los gigantescas, sino como un gigante por sí mismo que abarcara varios humores, sobre todo la muy conseguida poética sonora del Adagio y la saltarina, nerviosa inquietud del Schnell.

Hay que felicitar a la ORCAM y a su titular por este más o menos debut bruckneriano. No es lo mismo debutar en Bruckner que en otro compositor, por la ambición y amplitud de las propuestas sinfónicas del músico austriaco desde el principio mismo. Un sonido muy logrado, un magnífico concierto.