De lo divino a lo humano: Fratelli tutti 

El séptimo concierto del ciclo “Música y religiones” de la Fundación Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid nos ofrece la oportunidad de escuchar el estreno absoluto de la cantata Crisol de Juan Durán y el Stabat Mater de Rossini. La primera composición se apoya en tres textos religiosos representativos de las culturas cristiana, judía y musulmana, las tres culturas que conforman la historia religiosa de nuestro país. Está dedicada al papa Francisco, lo cual tiene mucho sentido si pensamos que el texto elegido por Durán para la representación de la cultura cristiana, el Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís inspiró al actual Papa para la redacción de su encíclica Laudato si’, también conocida como la encíclica ecológica. Pero más sentido cobra aún esa dedicatoria si recordamos la encíclica más reciente, Fratelli tuttii, en la que Francisco considera el diálogo interreligioso como una forma de amistad, paz y armonía imprescindible para lograr la fraternidad. Y precisamente esto es lo que busca Juan Durán en Crisol, homogeneizar en una sola voz las tres culturas señaladas, de ahí su título en referencia a la acepción social de Crisol como lugar donde se fusionan diversas culturas.

Además del Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís, escucharemos el Kadosh, el cántico de alabanza tradicional hebreo por antonomasia y el Tala ‘al Badru’ Alayna, poema islámico tradicional, que se considera el primer cántico musulmán que se le dedicó a Mahoma cuando éste entró en Medina, alrededor del 500 d.c. Cada una de las tres culturas está representada por un coro concreto y a la vez relacionada con algún aspecto idiosincrático de su mundo sonoro. Así, la tonalidad firme estará presente en la cultura cristiana, asociada también al órgano, y la modalidad aparece con el Kadosh del mundo judío que también asociamos con el arpa. Por su parte, el sonido y los ritmos de los bongos y la darbuka nos trasladarán al mundo sonoro islámico. Y aunque las presentaciones de estos tres momentos musicales tienen lugar por separado, la culminación de Crisol llegará con la conjunción de los tres en un único bloque sonoro. También conviene apuntar que Durán elige estas piezas naturalmente no sólo ser obras emblemáticas y representativas de estas tres culturas, sino porque debían adaptarse de alguna forma para poder superponerlas como contrapunto invertible y es que salvo la música del Cántico de las Criaturas que es de su autoría, las otras dos melodías parten de sendas melodías preexistentes de autor desconocido, pero íntimamente ligadas a los textos mencionados. De hecho, la melodía del Kadosh, concretamente los intervalos de quinta del comienzo, también sirven a John Williams para construir el tema principal para la famosísima banda sonora de La lista de Schindler.

Pero además de toda esta amalgama de sonoridades, reconoceremos hasta en tres ocasiones otra referencia en la partitura de Durán, el arranque del coral O Haupt voll Blut und Wunden, de La Pasión según San Mateo de J. S. Bach.

Esta cantata es una obra encargo de la Orquesta y Coros de la Comunidad de Madrid en colaboración con la SGAE y la AEOS. Su estreno iba a tener lugar el pasado 25 de enero, pero las constantes reconfiguraciones que la pandemia obliga a llevar a cabo en las programaciones nos ha hecho esperar más de tres meses para escucharla. Además, hay que señalar que el covid-19 no sólo ha obligado a retrasar esta primera interpretación de la obra, sino que la versión de Crisol que escucharemos será para plantilla reducida, con las secciones de viento y percusión considerablemente mermadas.

Por último, cabe destacar que la experiencia del compositor gallego Juan Durán en el género vocal en general y la forma cantata en particular es muy amplia. Hace veinte años que el propio Víctor Pablo Pérez estrenó la primera cantata de Durán, la Cantiga Finisterrae para múltiples voces de luz, con texto de Miguel Anxo Fernán-Vello. Y es que el ganador del Premio Reina Sofía de Composición Musical en el año 2018, dedica gran parte de su trabajo compositivo a la música vocal, ámbito en el que también debemos destacar el estreno en 2008, en el marco del Festival de Ópera de A Coruña, de su ópera O arame, con texto de Manuel Lourenzo –Premio Nacional de Teatro-, que supone un hito de gran trascendencia en el mundo cultural gallego al ser la primera ópera estrenada en los últimos ochenta años.

Si buscamos puntos en común entre los 2 compositores protagonistas de este concierto el primero que nos encontramos es esa importancia que ambos le dan al texto. Rossini fue compositor de ópera por excelencia y como acabamos de señalar Durán dedica gran parte de su trabajo como compositor a la música vocal. Pero este no es el único interés común de ambos, y es que los dos destacan como compositores preocupados por la comunicación y el compromiso con el público.

Con 37 años Rossini ya había ofrecido a su estimada audiencia 39 óperas, quizás una de las razones que lo llevó a prejubilarse a tan temprana edad. Algunas teorías sostienen que el italiano no escribió más óperas por sus problemas de salud, y otros explican este hecho singular de jubilación precoz por su estabilidad económica, la riqueza que había acumulado le permitiría vivir holgadamente durante muchos años. Y es que, además, Rossini escribió su última ópera, Guillermo Tell, a cambio de una pensión vitalicia otorgada por el gobierno francés. Lo cierto es que el compositor nunca habló claramente del asunto, pero en 1860, ocho años antes de su muerte, dijo al respecto: “Decidí que tenía algo mejor que hacer: permanecer callado”. No obstante, en los 40 años que vivió el compositor desde su jubilación oficial hasta su fallecimiento, siguió componiendo de vez en cuando. Algunas de las obras que nos regaló desde el retiro son su Pequeña Misa solemnis, sus famosos Pecados de la vejez y también el Stabat Matter que escucharemos en este concierto.

Rossini había escrito desde su juventud una miríada de obras sacras. Ya con 16 años, en 1808, escribe su Tripartito Gradual para tres voces masculinas y orquesta y en la misma época, su periodo como estudiante en Bolonia, participa en la composición de dos misas colectivas. Un año más tarde, en 1809 se atreve con su primera misa completa para 4 solistas y pequeña orquesta y más adelante, en 1844, escribiría sus 3 coros religiosos y otras piezas como el Tantum ergo de 1847 pero sus 3 grandes obras maestras en el ámbito religioso son sin duda su Messa di Gloria de 1820, la obra que escucharemos en este concierto, el Stabat Mater de 1832 (y como veremos, completado en 1841) y la Pequeña misa solemnne, compuesta entre 1863 y 1864, que él mismo califica como el último de sus pecados de vejez.

El Stabat Mater de Rossini no pretende edificar a los fieles ni asegurar la salvación eterna a su autor pero es que el siglo XIX marca una renovación del arte católico en Italia de la que dan testimonio tanto los músicos como los poetas. Los novios (I promessi sposi) la obra maestra del escritor italiano Alessandro Manzoni y símbolo literario del romanticismo italiano es un claro ejemplo de ello y la obra de Rossini es otra muestra en este sentido. El italiano escribe en su propio idioma, el de la ópera y es que en el momento de decidir poner música a esta secuencia dramática medieval, ya ha elegido al teatro frente a la iglesia. Sin embargo, hay varios puntos en la obra que nos recuerdan que el propósito de este tema es diferente al del teatro.

La historia de la gestación de este trabajo es muy curiosa y está íntimamente relacionada con nuestro país. Rossini viajó a España -país de su primera mujer y musa, la célebre cantante Isabella Colbran- en 1831, acompañado del banquero Alejandro Aguado. Fue recibido con todos los honores en Madrid, donde el rey Fernando VII presidió una aclamada interpretación de El barbero de Sevilla. Estuvo en la capital diez días y fue entonces cuando conoció a Don Manuel Fernández Varela, funcionario del Estado y gran admirador suyo, quien por una parte estaba deseoso de tener un manuscrito del italiano y por otra, de encargar un Stabat Mater que rivalizase con la famosísima composición de Pergolesi. Rossini, presionado por la situación y a regañadientes, aceptó escribir la obra, con la condición de que el nuevo Stabat Mater siguiera siendo propiedad exclusiva del prelado español y nunca fuera publicado. Rossini rondaba entonces los 40 años y como comentábamos antes, el compositor llevaba ya tres años de jubilación anticipada. La crisis en su matrimonio era cada vez más acuciante y además, el autor comenzaba a padecer los estados depresivos que le acompañarían casi ininterrumpidamente hasta el final de sus días. En este contexto y con el agravante de un violento lumbago, el italiano no logró concluir el Stabat Mater en la fecha pactada y después de componer los seis números más dramáticos le pidió a su amigo Giuseppe Tadolini, director del Teatro Italiano de París y con quien había estudiado en Bolonia, que compusiera los números restantes. Así, la obra conjunta de Rossini y Tadolini se representó el Viernes Santo de 1833 en la capilla de San Felipe el Real de Madrid, un antiguo convento madrileño de los monjes agustinos calzados, situado al comienzo de la Calle Mayor, junto a la Puerta del Sol.

Parece que ese estreno del Stabat Mater de Rossini y Tadolini, la única representación documentada de la obra no tuvo mucho éxito y que, con gran disgusto, el prelado retribuyó al compositor con una tabaquera de oro. Después de eso, Rossini se retiró a Bolonia y dejó de componer por completo durante un tiempo. 

Don Manuel Fernández Varela fallece cuatro años después, en 1837, y sus herederos, incumpliendo el compromiso contraído, venden la partitura al editor Aulagnier por 6000 francos pero Troupenas, editor habitual de Rossini y rival del anterior, previene al compositor de esta situación y Rossini, temiendo ver la música de otro publicada bajo su propio nombre, vuelve a poner el trabajo en su agenda.  Además, el compositor disuade a Aulagnier de emprender su proyecto con una inequívoca carta en la que afirma “Señor, le han vendido una propiedad que sólo he dedicado al reverendo padre Varela, reservándome el derecho a que se publique cuando yo lo estime oportuno, debo declararle, que si mi Stabat Mater fuera publicado en Francia o en el extranjero sin mi autorización, mi intención definitiva es procesar a los editores hasta la muerte. Señor, debo indicarle además, que en la copia que le envié al Reverendo Padre, solo había 6 piezas de mi autoría, habiendo pedido a un amigo que completara este trabajo que yo podía no terminar a causa de una grave indisposición; y como no dudo que es usted un buen músico, al examinar esta copia, le resultará fácil notar la diferencia de estilo que hay entre una pieza y la otra. Poco después, recuperé la salud, terminé mi trabajo, y es solo conmigo que existe el autógrafo de esta nueva obra”.

La versión definitiva a la que se refiere Rossini se estrenó el 7 de enero de 1842 en este Théâtre des Italiens de París.  Habían pasado trece años desde el último estreno parisino de Rossini por lo que esta esperada “reaparición” fue todo un éxito que llevó a la obra en gira por las grandes ciudades europeas. Mención merece también el estreno italiano en Bolonia, bajo la dirección de Gaetano Donizetti, que se produjo con categoría de gran acontecimiento musical, ya que Rossini llevaba una década sin estrenar una partitura de envergadura.

Ningún elemento estilístico nos permite definir dos estilos distintos en la escritura de Rossini que puedan hacernos reconocer los números compuestos en 1831 y los finalizados en 1842, la obra se sucede con tanta facilidad como si hubiera sido escrito de una sola vez.

Destaca de esta partitura, configurada en 10 variados números, su carácter pasional y arrebatado, que otorga un sentimiento terrenal al dolor de la Virgen para conectar con las emociones del público, que se deja atrapar fácilmente por sus melodías pegadizas y una orquestación efectista y brillante, cuya teatralidad acerca lo divino a lo humano.

Clara Sánchez